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sábado 28 de octubre de 2017
Encuentro de universitarios en Valencia
Santa Iglesia Catedral de Valencia, 28-X-2017

Queridísimos Jóvenes: Os saludo con todo afecto del que soy capaz. ¡Cómo me alegra estar con vosotros compartiendo esta celebración de la Eucaristía. Cristo, nuestro amigo, está presente entre nosotros, como aquel atardecer del camino de Emaús!. En la Eucaristía, que compartimos y adoramos, como bien sabéis, se cumple aquella hora de Jesús de la que nos habla el Evangelio: la hora en que Cristo mismo se iba a ofrecer libremente al Padre, cumpliendo su voluntad, y consumando el envío del Padre, en el que nos revela plenamente, amándonos hasta el extremo. En Jesucristo sacramentado, presente aquí, vemos y palpamos que Dios es Dios, es Misericordia, es Amor, el Amor de los amores. Los hombres de su tiempo, que no sabían lo que hacían, querían agarrarlo y eliminarlo, querían incluso matarlo; lo intentaron, pero vive. Cumplió la voluntad del Padre hasta lo último, dando su vida por los hombres. Así se cumplió su hora para la que había sido enviado: para salvar a los hombres. Es la hora de la que habla con su Madre, María, en las bodas de Caná, ¿lo recordáis?: "No ha llegado mi hora", dijo entonces Él, se refería a la hora en que se iba a desvelar plenamente quién era en la Cruz, amándonos con un amor que sólo Dios es y tiene, salva y llena de alegría; pero adelantó aquella hora en Caná de Galilea: el agua se convirtió en vino, signo que apuntaba a la sangre de Cristo, que se ofrece y da en la cruz, y en la Eucaristía; aquel vino trajo y trae hoy y siempre alegría, felicidad, porque Él, Jesús, está con nosotros. ¡Nunca nos deja en la estacada y se nos da para que vivamos llenos de alegría, con Él, siempre con Él y Él con nosotros! .

Es cierto que hoy, como entonces, muchos no se dan cuenta que es y que está con nosotros, que lo ignoran y hasta desprecian por no conocerlo (¡si supieran lo que se pierden!): son muchos, lo vemos entre conocidos y amigos, -porque no saben lo que hacen-, que no le conocen, que no conocen a Dios que es Amor insondable, sin límites, y hasta les puede resultar molesto, y equivocadamente pretenden eliminarlo. Pero Jesús en medio nuestro sigue mostrándonos el rostro de Dios que envía a su Hijo al mundo porque ama a los hombres, lo envía no para condenar el mundo sino para que se salve por él. Muchos buscan y piensan que la salvación y la felicidad del hombre está en el placer, en el bienestar a toda costa, en la libertad sin límite alguno, en el sexo, en la afirmación de sí mismo sin Dios, en el poder y en el tener contrarios a Dios, en el imponer la propia voluntad sobre la de los otros, en el goce narcisista, o en el egoísmo de quien se cierra en su propia carne. Se equivocan. Ahí no están la salvación, ahí no hay futuro, ni esperanza posible; buscan y caminan por caminos errados. Algunos ni siquiera ya buscan. Muchos, lo estáis viendo, dicen corno aquella escena del Evangelio: "Es difícil aceptar lo que dice y hace", y lo dejaron. Entonces Jesús les dijo a sus amigos, los discípulos .suyos, como vosotros: "¿vosotros también queréis marcharos?". y Pedro, -siempre Pedro y con Pedro, hoy el Papa-en nombre de los otros, de los Doce, le responde: "¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". Vosotros aquí, en este encuentro de jóvenes, estáis diciendo lo mismo: "¿Cómo vamos a dejar a Jesús si sólo Él tiene palabras de vida eterna, si sólo Él llena y sacia, si sólo Él llena de felicidad con la dicha de ser amado hasta el extremo como sólo Dios es capaz". Esto mismo es lo que os digo este día y os lo diré muchas veces, una y otra vez, a tiempo y a destiempo: "¡no dejéis a Jesús nunca!".

Permitidme que os haga una pregunta: "¿Qué buscáis y esperáis?" Porque sé que vuestro corazón busca y espera. Con todo lo que pueda parecer, y con lo que algunos, tal vez, piensen de los Jóvenes de ahora, la vida no ha cerrado ni apagado anhelos muy profundos y nobles dentro de vosotros.

Buscáis ser felices, llegar a ser libres; amáis la vida y queréis vivir plenamente; anheláis que haya un futuro grande para vosotros y que os llene de esperanza; tenéis sed de verdad y os gustaría en lo más íntimo de vosotros que os quieran, os comprendan, y también querer a los demás; buscáis la justicia, la autenticidad, la lealtad, el amor no interesado, la comunicación sincera; queréis la paz. ¿Me equivoco? Detrás de todo esto, ¿qué buscáis, en el fondo, sino a Dios, no a cualquier Dios, sino el que se nos ha dado a conocer con un rostro humano, Jesús? ¿En quién esperáis y a quién buscáis, a veces o casi siempre sin saberlo muy bien, sino a Jesucristo? Porque, mirad, sólo Jesucristo es la vida y al margen de Jesucristo no tenemos sino muerte. Sólo El es el Camino, y al margen de El andamos desorientados y perdidos; sólo El es el camino que conduce a Dios, que nos lleva a los otros hombres. Sólo El es la Verdad que nos hace libres y la luz que alumbra a todo hombre, y fuera de Él no encontramos sino oscuridad y carencia de libertad. Venid todos a Él. Venid vosotros Jóvenes que andáis ansiosos de libertad, que tenéis hambre de vida llena, que tenéis sed de sentido para vuestras personas, que andáis hambreando felicidad y dicha desbordante. Os dirán que lo sensato está en otra parte: que lo "pasaréis" mejor en otro lugar. No bebáis en charcos, cuando podéis beber en este manantial de agua viva, en esta inagotable fuente de agua viva que es la única capaz de saciar vuestra sed y vuestra búsqueda: Jesucristo.

Probad y decidiros de verdad, sin miedo, a seguir a Jesús, a identificaros con El y veréis que no defrauda, que algo sucede en vosotros que no esperabais y que os ensancha vuestras ganas de vivir, vuestra ilusión, vuestras miras, vuestra esperanza, vuestra solidaridad. Acercaos a Jesús y probaréis algo que ni siquiera imaginabais. Acudid a Él todos y encontraréis a Dios, os encontraréis a vosotros, os encontraréis con los demás de un modo nuevo, vuestra vida se llenará de sentido, se cargará de esperanza, seréis capaces de querer y de abrir caminos de verdadero amor en el mundo. Cuando tantos caminos se abren delante de vosotros, por vuestra edad misma, y cuando tantos salen a vuestro paso ofreciéndoos caminos -algunos incluso que no conducen a ninguna parte- y cuando tenéis tantas incertidumbres que aclarar e incógnitas de vuestra vida que despejar, delante de vosotros está Jesucristo y os habla a cada uno y os llama a que le sigáis. Os llama y os invita con gran respeto a vuestra libertad. En El encontraréis lo que buscáis y mucho más. Vosotros necesitáis de Jesucristo para recorrer los caminos de la vida y Él ha querido necesitar de vosotros. Lo ha dado todo por vosotros, por todos y cada uno; y os pide que le ayudéis y vayáis con El a llevar su Evangelio de esperanza y salvación a todos. Pensad en ese mundo, en el nuestro, en el que sin Él se apagaría el Evangelio del amor y de la paz y se perdería la esperanza. Obrad en consecuencia.

A todos los que están desilusionados ante las tareas de la civilización, invitadles a ser con vosotros constructores de la civilización del amor. Vivid para Cristo, como Cristo vive para vosotros. Venced todas las desesperaciones, sed más fuertes que todo lo que parece asediarnos a ser auténticos, defended la vida, servid a la vida, que vuestros corazones estén abiertos a la vida. Servid al hombre. Demostrad cómo se vive por Cristo, con Cristo y desde El.

Este es nuestro mejor servicio a los hombres y nuestra más valiosa aportación: hacer posible a todos el encuentro con Jesucristo. La Iglesia y los cristianos no tienen otra palabra que Jesucristo, camino, verdad y vida; pero ésta no la podemos olvidar; no la queremos silenciar, no la dejaremos morir. No podemos ni debemos ocultar a Jesucristo. No tenemos derecho a ocultarlo No nos pertenece. Es de todos y para todos. ¡Jesucristo!. Vosotros le conocéis y le amáis. A vosotros os repito su nombre y os lo anuncio, una vez más, para que lo anunciéis y deis testimonio de El. ¡Abrid las puertas a Cristo!.

Os tengo siempre muy presentes, sois para mí un estímulo y un aliento. Sois "centinelas del, mañana", y estáis alumbrando una nueva era, una etapa de esperanza en la Iglesia y en mundo: la que se fía de Jesús y sigue a Jesús, por quien se hace posible el nacimiento de una humanidad nueva hecha de hombres nuevos, en quién y por quien se aprende el bello arte de vivir, y se encuentra el camino de la felicidad que Él vivió, el de las Bienaventuranzas, y hace posible dándonos el Espíritu Santo para que también nosotros las vivamos.

Mirad a la Virgen María, toda santa, llena de gracia, toda hermosa. Dichosa porque ha creído. Fiel esclava del Señor adueñada enteramente por Dios. Por eso, servidora: visita a su prima Isabel, sale al paso del apuro de unos novios en Caná, está, sobre todo, junto a la Cruz. Nos entrega a su Hijo; vive para su Hijo. "Haced lo que El os diga". Se tornará en el vino de alegría, del Dios con nosotros, adelantando la hora de Dios, acercaos a la Virgen, no la dejéis. Que Ella os bendiga. Os bendigo y con mi bendición y mi cariño os abrazo muy fuerte a todos.
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