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jueves 02 de febrero de 2017
Presentación de Jesús en el Templo - Jornada por la Vida Consagrada
Iglesia de los PP. Carmelitas, 2 de febrero de 2017

Queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas que os habéis consagrado a Dios con una consagración especial en los distintos Institutos y Carismas de la vida religiosa o de los institutos seculares o de otras formas de vida consagrada; hermanos y hermanas, todos muy queridos en el Señor.

Con el mismo júbilo y gozo del anciano Simeón, también nosotros nos reunimos en esta fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el templo, porque también nosotros, por la fe, hemos visto al Salvador, "luz para alumbrar a las naciones". La Virgen María, su Santísima Madre, cumpliendo lo prescrito en la Ley, va a ofrecer al Hijo de sus purísimas entrañas.

La presentación y consagración del Niño en el Templo y la bendición y procesión de las candelas nos evocan nuestra consagración e iluminación bautismal. Jesús, que es la luz que ha venido al mundo para que ya no caminemos en tinieblas, sino que, trasladados a su Reino, vivamos como hijos de la luz y la irradiemos, nos recuerda, en efecto, en esta fiesta nuestra consagración bautismal. La procesión con las lámparas encendidas en nuestras manos nos ha introducido en la Iglesia, casa de Dios, signo de la luz que debe iluminar nuestras vidas en nuestra peregrinación para que, cuando llegue el Señor, nos encuentre con esa luz encendida, como corresponde a nuestra consagración y condición bautismal. En todo ello vemos también reflejada y expresada la vida de aquellos bautizados, que consagrándose a Dios con una especial consagración, son luz en las manos de aquellos que esperan vigilantes, como las doncellas prudentes, aguardando a que el Señor vuelva. Hoy, por ello, junto a la solemnidad de la Presentación del Señor, une la Iglesia el día de la Vida Consagrada.

En esta celebración, y en este día, damos gracias a Dios, le alabamos y le bendecimos, en primer lugar por su Hijo Jesucristo, que es luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, porque Él es la gloria de nuestro pueblo, la manifestación de los designios de amor y de misericordia de Dios sin límites, el cumplimiento de sus promesas, que sacian todo anhelo y llevan al verdadero descanso, a la paz, en la que se resumen todos los dones. Le alabamos y cantamos su misericordia para siempre porque Jesús nos ha revelado el misterio del amor de Dios, nos ha revelado la verdad y sublimidad de nuestra vocación humana, y en su Espíritu nos da la fuerza para poder vivir, incorporados a Cristo, abrazándole a Él, la plenitud de la vida humana, la alegría desbordante que no se puede contener. Siempre es Dios y su don el motivo de nuestra alabanza y de nuestra acción de gracias que no tiene fin.

Hoy, además, esa acción de gracias se completa, en segundo lugar, inseparablemente, por las distintas formas en las que se expresa la desbordante riqueza de carismas que el Espíritu de Jesucristo suscita en la Iglesia de Dios, y ha suscitado en la historia de nuestra diócesis valenciana. Por tanto, la acción de gracias hoy es, de manera singular, por vuestras vidas de personas consagradas en la vida religiosa, Institutos Seculares y otras formas de vida, fruto de la gracia de Cristo y del amor del Padre y del don del Espíritu Santo en nosotros. Por esta vida de especial consagración al Señor, la Iglesia de Cristo adquiere rostro, la Persona de Cristo se hace presente en su cuerpo, y a través de Él expresa de forma concreta toda la creatividad de la caridad cristiana, del amor de Cristo por cada hombre y cada mujer, la vida de las bienaventuranzas y la común vocación bautismal a la santidad.

Por el bautismo somos miembros de Cristo, somos de Él, vivimos en El y por El; así, no podemos contentarnos, nos recordó S. Juan Pablo II, "con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial”. (El Papa Francisco, insiste frecuentemente en ello). Ser cristiano, bautizado, significa ponernos en el camino de perfección que Cristo mismo nos traza, en la montaña o en el llano, de las bienaventuranzas. "Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno".

Uno de estos caminos privilegiados que nos recuerda a toda la Iglesia nuestra vocación común a la santidad vivida en una vida de seguimiento radical de Jesús con la Cruz y conforme a las bienaventuranzas es el de la vida consagrada, verdadero y gran don, precioso y necesario, del Espíritu a su Iglesia. Con vuestra especial consagración, atestiguáis directamente el carácter único, incomparable y definitivo del amor del Padre y Dios de nuestro Señor Jesucristo, que ha querido ser en El Padre y Dios de todos los hombres. Dios, en su bondad y su gracia os ha elegido para que viváis tal entrega a Él que también los hombres de hoy puedan fácilmente confiar, alegres, en la salvación de Dios vivo, y experimenten la presencia de Dios en la libertad de hombres y mujeres que rompen con tantas esclavitudes y abren un espacio para la total e inmediata soberanía de Dios en sus vidas y para la entrega incondicional en servicio a los hombres, singularmente a los más pobres y necesitados. Lo que importa en vuestra consagración es dar testimonio trasparente del Dios vivo y de su Reino; lo demás se dará por añadidura. Dios es fiel.

Nuestra sociedad, y en especial los niños y los jóvenes, tiene necesidad de ver personas consagradas que dan testimonio de Dios vivo ante un mundo que lo niega u olvida; que afirman con sus vidas y su palabra, sin rodeos, el amor de Dios a todos y a cada uno; que nos traen a la memoria algo que solemos olvidar fácilmente que en el mundo venidero "Dios lo será todo en todos". Vuestra consagración es una de las señales más elocuentes de la presencia y soberanía de Dios en este mundo y de la libertad de sus hijos. Nuestro mundo tan cerrado sobre sí mismo a Dios necesita como nunca de este testimonio. Sin ese testimonio podrían cerrarse todos los portillos por donde la luz entra en nuestro mundo. Este testimonio tan necesario y urgente, tan apremiante en diferentes ámbitos de la vida, lo es de manera singular y concreta en el ámbito de la caridad, de la evangelización y la educación en la que Jesucristo es su centro, el verdadero camino, toda la verdad y la vida.

La Iglesia necesita este testimonio de Dios, de Dios que es amor, manifestado y hecho presente en su Hijo único, Jesucristo, verdadero rostro de Dios en el que vemos su amor infinito, su misericordia sin límites, su caridad que no tiene fin y permanece para siempre eternamente. Ahí brilla la supremacía de Dios y su Reino -Dios mismo y su querer- sobre todo otro interés y, por consiguiente, la de la entrega fiel y desinteresada al prójimo, la de la vida de la caridad. Una de las formas de la caridad, particularmente relevante, no lo olvidemos, es la dedicación a la educación cristiana de la juventud. A nuestro mundo le vendría muy bien una juventud más esperanzada y confiada. Merece la pena aventurar toda la vida con Aquel que sabemos nos quiere y no nos ha de fallar. Eso no sé si resulta ser lo que hoy se llama "felicidad", pero estoy seguro de que aún acá trae la bienaventuranza, la dicha y la alegría de verdad.

En estos momentos, en esta celebración eucarística, la alabanza, penetrada de gozo, quisiera ser pura alabanza. Quisiera que nos detuviésemos con sosiego junto a Dios, alabándole, no olvidando sus beneficios, recordando la gracia y la ternura que El muestra siempre con nosotros y que nos ha manifestado de manera concreta a través de la vida consagrada en sus diversos carismas y manifestaciones a lo largo de la historia, en la Iglesia Universal, y en la Iglesia que está en Valencia.

Ante nosotros tenemos para alabar y dar gracias el testimonio de su adoración, oración y súplica, de su caridad vivida y derramada, un testimonio que es del Señor realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar, centro de vuestra vida. ¿Cuánto bien nos han dejado impreso en tantas personas a lo largo de siglos? ¿Cómo pagaremos al Señor por todo el bien que nos ha hecho?
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